Ya no te pienso, ya
no te recuerdo,
quiero decir, sí te
pienso aún en la niebla baja de la noche,
sí te recuerdo aún
en la bruma cotidiana y triste y borrosa,
pero ya no me
dueles, ya no tanto,
y ese tal vez es el
último de los dolores que te dejaste olvidados,
el dolor de tu
olvido, tu olvido no, el dolor opaco de la resignación
que sobre mi cuerpo
dejó tu nombre infiel.
¿Qué va a ser de
mí cuando tú no seas más que vapor,
más que remolino de
aire en este otoño anticipado?
Tras tu marcha me
acostumbré a tu ausencia como el fantasma
se acostumbra a su
amante aún vivo. Pero, ¿y ahora?
Ahora te diluyes
como el vaho en el espejo del baño
y ese dolor que me
unía a ti resbala por el sumidero,
resbala, patina,
resbala, rueda, resbala, se escurre,
y solo quedo yo,
húmedo, tiritando en las noches que no contienen,
aceptando que
también te lleves ese último vínculo que nos unía.
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