El niño que sabía hablar el lenguaje de los perros

Tengo que reconocer que esta historia me ha enternecido mucho. Quizá porque es real; quizá porque está escrita por una pariente del protagonista (supongo que es la hija), y es muy enternecedor que alguien utilice la literatura para sanar las heridas familiares. Por ejemplo esta, la herida de una infancia, la de Jules Gruda, que solo era un niño polaco hijo de comunistas cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Y resulta sorprendente la agilidad y frescura e incluso humor que utiliza Joanna Gruda para su libro. Y por supuesto el amor que le pone para hablar de aquel niño que podría ser su hijo, pero que en realidad es su padre, tan inteligente, tan empeñado en sobrevivir y en vivir en unas circunstancias atroces. Y la inteligencia de aceptar esas mismas circunstancias, al mismo tiempo que se lucha para cambiarlas.
  La narración es tan dinámica como la propia historia de Jules, que va pasando de orfanato en orfanato, de casa de acogida en casa de acogida, de identidad falsa en identidad falsa para protegerse de un mundo hostil que él no había inventado, pero que le tocó en suerte. ¿Podríamos imaginar hoy en día historias como la de este niño al que le fue arrebatada su familia, su identidad e incluso su idioma? ¿Podemos imaginarnos a niños de ocho o diez años viajando solos en trenes, enfrentándose a la nieve, teniendo que resolver por sus medios situaciones propias de adultos, sin dinero? Lamentablemente, se me ocurre que las historias de muchos niños refugiados de hoy en día o los menores en las caravanas de inmigrantes se parecen demasiado a esta historia tierna, humana y enormemente positiva. Porque Joanna Gruda no pretende hacer de su libro un panfleto; solo quiere que se reconozca una realidad, la de su padre, que fue víctima inocente (como todas las víctimas) de una guerra injusta (como todas las guerras). Es una lección de vida y de justicia. Un libro que me recordaba a El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy y al reciente La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward .
  No os lo perdáis, porque lo vais a disfrutar.

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