La canción de los vivos y los muertos

La vida no me da demasiado tiempo para la lectura, pero me ha recompensado con un insomnio que me permite disfrutar de obras como la que os presento, La canción de los vivos y los muertos. Me ha encantado esta historia, y no tanto por la historia en sí, que también, sino por la manera que Jesmyn Ward tiene de escribir: pura delicadeza, pura poesía. Podemos inscribir esta novela en una línea un poco denostada por las editoriales, más preocupadas por publicar tramas detectivescas o amoríos perturbadores que por defender la pluma de autores que son artistas de verdad y que analizan al ser humano con una profundidad sobrecogedora.
  La historia es sencilla y muy compleja al mismo tiempo: Jojo es un niño de trece años, hijo de padre blanco y madre negra en una América aún profundamente racista. Tiene una hermana, Michaela, a la que en casa llaman Kayla. Jojo y Kayla viven con sus abuelos, Pa y Ma, porque su padre ha pasado un tiempo en la cárcel, y su madre, Leonie, incapaz de aceptar las múltiples aristas de la vida, está más volcada en huir de la realidad que en cuidar de sus hijos. Drogadicta y emocionalmente dependiente del padre de sus vástagos, concibe a ambos como una pareja que se enfrenta al mundo y no como unos padres que deben luchar por su descendencia. Y eso es todo. O casi, porque La canción de los vivos y los muertos es una cebolla con muchas capas: el racismo, la pobreza, los traumas no superados, el retorno del pasado, la belleza del mundo y de la vida, los vínculos afectivos... Y un realismo mágico al estilo de La casa de los espíritus o El dios de las pequeñas cosas, todas, por cierto, obras de mujeres.
  Esta novela no se lee, se bebe. Y cuando la terminas sientes un vacío y la sensación de que quieres que te cuenten más, que no quieres abandonar a estos personajes nobles y torpes, que aciertan o se equivocan, pero que lo hacen lo mejor que saben. Cómo juzgarlos.

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